Paraíso Perdido y Restaurado

“Hoy estarás conmigo en el paraíso.”

En esas breves palabras en la cruz, suspendido entre la tierra y el cielo, Jesús no solo le habla a un ladrón, sino a toda la historia. Es la respuesta divina al dolor más antiguo de la humanidad. Para comprenderlo, debemos remontarnos al primer jardín, donde se perdió el paraíso, y avanzar hasta el Calvario, donde se encontró de nuevo. Esta es la gran inversión de la tragedia que John Milton una vez llamó el Paraíso Perdido.

Cuando Milton se propuso en su poema épico “justificar los caminos de Dios ante los hombres”, capturó la cruda tristeza del exilio. En su epopeya, Adán y Eva se encuentran en el umbral del mundo caído, con la espada llameante tras ellos, y sin embargo, como escribe Milton, 

“El mundo estaba ante ellos, dónde elegir
su lugar de descanso, y la Providencia su guía.”
 

Esa última línea, a menudo confundida con desesperación, es en realidad una profecía silenciosa. Incluso en el exilio, la Providencia obra. La caída del hombre un día se enfrentaría a una mayor caída: el descenso de Dios mismo a nuestra oscuridad.

Paraíso Perdido

En el principio, Dios plantó un jardín. No construyó una fortaleza ni un laboratorio, sino un jardín. Fue el primer templo, donde cada árbol era un sermón y cada brisa una bendición. Adán y Eva caminaron con Dios en amorosa comunión y disfrutaron de la plenitud de la asistencia divina.

Entonces, con un acto de desafío, rompieron la armonía del cielo y la tierra. El susurro de la serpiente prometía liberación y traía angustia. El Paraíso, esa unión perfecta, se rasgó como un velo.

Milton pinta este momento con majestuosa compasión: Eva extendiéndose, Adán siguiéndola, el universo temblando. «La Tierra sintió la herida», escribe, «y la Naturaleza, desde su asiento, / suspirando a través de todas sus obras, dio señales de aflicción». La belleza de su lenguaje agudiza el horror: la creación misma jadea cuando el hombre se encierra en sí mismo, lejos de su Creador.

A partir de ese momento, la humanidad se convirtió en una raza de errantes. Como bien escribió Agustín, nuestro corazón está «inquieto hasta que descansa en Dios». Esta búsqueda de Dios puede alejarnos cada vez más del paraíso si nos desviamos de los caminos que Él nos ha dado para nuestra salvación. La mundanidad y la religión artificial son el intento de encontrar el Edén sin su Jardinero.

La Promesa

Sin embargo, incluso al este del Edén, la gracia comenzó a obrar en el mundo. El Antiguo Testamento está lleno de recuerdos y presagios de ese jardín perdido. El Árbol de la Vida se convierte en el Arca que flota sobre las aguas. El Jardín se convierte en el Templo, donde el Sumo Sacerdote vuelve a entrar, aunque sea brevemente, en la presencia de Dios que una vez se disfrutó en el Paraíso. 

Los profetas sueñan con desiertos florecientes, leones y corderos, la creación renacida. El dolor del mundo se convierte en dolores de parto. Cada pacto, cada salmo, cada sacrificio es un grito a través de la puerta cerrada: «Llévanos a casa, al Paraíso».

Milton comprendió que incluso en el juicio, la misericordia ocultaba su semilla. «Algunas lágrimas naturales, derramaron», escribe sobre Adán y Eva, «pero las secaron pronto». Abandonaron el Edén no bajo una maldición de odio, sino bajo una promesa: que la Simiente de la Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Esa promesa germinó a través de los siglos, esperando el Calvario y el Agua vivificante que fluiría del Sagrado Costado del Salvador.

Paraíso Restaurado

Por fin, llegamos a otra colina y a otro árbol. El Calvario es un reflejo del Edén: donde un árbol trajo muerte, otro trajo vida; donde un hombre se aferró a su vida, otro se despojó hasta la muerte.

Entre dos ladrones, Cristo, el Nuevo Adán, es coronado de espinas, esas malditas flores de la tierra. Un ladrón se burla, repitiendo la vieja mueca de la serpiente: «Sálvate». El otro, sorprendentemente, ve la promesa del Paraíso en un moribundo. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino», suplica. Y Cristo responde: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

Los ángeles debieron de quedar atónitos. La puerta, largamente atrancada, se abrió no por la fuerza, sino por el perdón. El querubín de Milton con la espada llameante sigue allí, pero el fuego arde ahora en el corazón del Redentor. La Cruz, antaño emblema de la ejecución, se convierte en el Árbol de la Vida replantado en el Gólgota.

En ese momento, la trama de Paraíso Perdido se ve trastocada por la de Paraíso Restaurado. El exilio no termina en desesperación, sino en compañía divina. El ladrón, que robó en la tierra, ahora roba el cielo mismo en sus últimos momentos, el robo más hermoso de la historia.

Nuestro llamado

¿Qué significa esto entonces para nosotros en esta Gran Novena mientras nos preparamos para conmemorar en 2033 el 2000 aniversario de la restauración del Paraíso en la Cruz?

1. Confía en el ya-todavía no.
Cristo ha abierto el Paraíso, pero aún caminamos por sus alrededores. La Sagrada Eucaristía es una puerta entreabierta; cada acto de misericordia es un pequeño Edén que florece entre las espinas.

2. Vivir como huéspedes del paraíso.
La alegría no es opcional para un cristiano; es el lenguaje nativo del cielo. No hay mayor testimonio de Cristo que podamos dar que disfrutar del Paraíso de su amistad de una manera visible para los demás, especialmente en medio del sufrimiento de este mundo. Los santos sonreían no porque la vida fuera fácil, sino porque el Paraíso ya había comenzado en ellos.

3. Reordena tus amores.
La Caída fue un amor fuera de orden. La conversión no es la supresión del deseo, sino la reeducación del corazón para desear lo verdaderamente bueno. El Paraíso es el amor debidamente ordenado, y por la gracia de Dios podemos experimentarlo en la tierra y anhelar su perfección en el Cielo.

4. No te desesperes por el pecado.
Si el buen ladrón logró llegar antes del atardecer, hay esperanza para nosotros antes de la cena. La Cruz demuestra que ningún pasado es irredimible. 

Al final de Paraíso Perdido, Adán y Eva descienden de la montaña, de la mano, guiados por una luz misteriosa. Milton concluye con esa frase conmovedora:

“El mundo estaba ante ellos, dónde elegir
su lugar de descanso, y la Providencia su guía.”

 Para ellos, el camino los alejaba del Edén. Para nosotros, gracias a Cristo, nos lleva de vuelta. La misma Providencia que los guio hacia la historia nos guía ahora hacia la eternidad.

El Jardín que perdimos ha sido replantado en el Corazón traspasado del Salvador. La espada llameante se ha convertido en el fuego de su Sagrado Corazón. Que imitemos cada día al Buen Ladrón, buscando la paz del Paraíso en medio del mundo sufriente, mientras depositamos nuestra esperanza en Cristo, el Nuevo Adán. Y cuando llegue nuestra hora final, que, como el Buen Ladrón, escuchemos ese susurro estridente de la gracia:

“Hoy…estarás conmigo en el paraíso.”

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